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Dios está en el campo, en las prédicas de los pastores, en los llantos de los niños o incluso podríamos atrevernos a decir que está hasta en el sufrimiento, sea cual sea.

Uno de los mayores privelegios que nos ha concedido el Señor es la oración, donde nos podemos acercar a Jesús con humildad y tocarlo desde la fe. Una oración llena de fe es «la debilidad» de Dios y la fuerza del hombre.
Jesús no se resiste a hacer milagros cuando percibe una gran fe. No basta con tocar a Jesús, hay que tocarlo con fe y experimentar cómo muchas virtudes, y sobre todo la Gracia, salen de Él para curar nuestro cuerpo y corazón.

«Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre.
Jesús dijo: «¿Quién me ha tocado?» Como todos negasen, dijo Pedro: «Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí».
Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz». (Lucas 8,43-48)

Hoy a través del sentido del tacto también podemos acercarnos a nuestro Dios.

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