Echaba de menos estar en el grupo de jóvenes, pero sin duda echaba más de menos el estar en mi casa.
Pasadas unas horas le comenté a mi madre que me sentía como cuando era niña y tardaban en ir a buscarnos a casa de mi abuela o de la niñera, tenía ganas de llorar, no me sentía nada cómoda pero sabia que pronto amanecería y que dentro de nada estaría en casa otra vez.
Esa escena de mi vida me recordó el Salmo 84:10
Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, Que habitar en las moradas de maldad.
¡Me sentí literalmente igual! Esa misma sensación como cuando nos estamos alejando de la iglesia y finalmente nos salimos intentando satisfacer esa necesidad con cosas absurdas, que jamás lograrán llenarnos. Te das cuenta que ese no es tu hábitat natural, que cuando Dios marca tu vida, sabes bien cual es el camino de vuelta a casa; en el cual prefieres estar a la puerta de la casa de Dios que toda una vida sin su amor.
No hay nada en el mundo que pueda compararse a la libertad en Dios y esa seguridad, que te hace enfrentar todo sin temor a nada.
Anhelo habitar en tu casa para siempre y refugiarme debajo de tus alas.
Salmo 61:4
¿Qué momento de tu vida ha hecho que te alejaras de casa?
Estoy segura que todos tenemos grandes historias sobre ello, pero lo más importante es la lección de vida que puedes obtener. Finalmente recuerda que siempre puedes volver a casa.
¡Hasta la próxima! No dudes en dejar tu comentario